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El fantasma de Canterville


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Es esta una historia de fantasmas, poco inquietante al estar escrita, al menos en parte, en clave paródica.

Autor y obras

Oscar Wilde (1854-1900), uno de los autores más fascinantes por su personalidad, incluso para aquellos que no frecuentan los libros, nació en Dublín y estudió en Oxford, donde ya destacó por sus dotes intelectuales, por su anticonvencionalismo y su brillante cultura; como buen dandy, aspiró a hacer de su vida una obra de arte plena de esteticismo y bohemia: «He puesto todo mi genio en mi vida, sólo he puesto mi talento en mis obras». No tardó en triunfar en la sociedad londinense ni en la parisina.

Después de viajar por Europa y África y de publicar sus «Poemas» (1881), unas composiciones simbólicas que exaltan la belleza clásica y renacentista, se casó en 1884 con Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos que fueron los primeros receptores de los hermosos cuentos que Wilde inventó para ellos y que publicaría, sólo en parte, años después: «El Príncipe Feliz», «La Casa de las Granadas»…

Escribió una gran novela, «El Retrato de Dorian Gray» (1891), una reelaboración del mito de Fausto, en la que el envilecimiento moral de un individuo queda reflejado en un cuadro que oculta celosamente a todos, para que no se conozca que, bajo su aspecto joven y distinguido, vive un ser abyecto y cínico. Sus grandes éxitos se produjeron en el campo del teatro; con obras como «La Importancia de Llamarse Ernesto» (que también se puede traducir como «La Importancia de Ser Honesto») o «Un Marido Ideal», satirizaba las costumbres más puritanas a la par que modernizaba la escena inglesa.

Cuando mayor era su gloria, el marqués de Queensberry, ofendido por la relación de su hijo Alfred con nuestro autor, lo acusó de sodomía, lo que desencadenó en aquella sociedad hipócrita un terrible escándalo, que culminó con la condena del dramaturgo a dos años de trabajos forzados (1895-7).

En la prisión escribió su poema más famoso y más reconocido por los críticos, la «Balada de la Cárcel de Reading», en el que muestra el horror inhumano de las mazmorras y de sus guardianes, denunciando la soledad, el hambre, la imposibilidad de redención y la marginación de los presos.

Sólo sobrevivió tres años a la cárcel y murió en París como consecuencia de una afección del oído, después de haberse convertido al catolicismo, hipócritamente olvidado por aquella elegante sociedad que lo había aclamado poco antes.

«El Fantasma de Canterville» (1891) pertenece a la serie de falsos cuentos para niños, en los que predomina, incluso por encima de su perfecta construcción narrativa y de su belleza verbal, el enfrentamiento clásico entre el bien y el mal, que a menudo termina en el sacrificio de los protagonistas, seres éticos y de conducta intachable, que por su naturaleza íntegra no pueden sobrevivir al materialismo del mundo.

Así en «El Príncipe Feliz», una golondrina y una estatua sacrifican su existencia ayudando a los más desfavorecidos de la ciudad hasta que su historia de amor la trunca la muerte; en «El Gigante Egoísta», la felicidad sólo se alcanza cuando el protagonista comparte sus posesiones con los niños, permitiendo que la primavera y la alegría destronen al frío causado por su insolidaridad anterior; en «El Ruiseñor y la Rosa» un apasionado pajarillo entrega su vida con generosidad para que un enamorado baile con su amada, pero, irónicamente, el amor humano es más inconstante y menos valioso que el demostrado por el ruiseñor.

Los cuentos de Wilde, que admiraba profundamente a Jesucristo, a quien consideraba el mayor de los idealistas, tienen una ética cristiana en su fondo que los hace muy actuales, al preocuparse por los pobres y los marginados, al defender valores incuestionables como la amistad, el amor, la solidaridad o el compromiso.

Argumento El fantasma de Canterville

Los protagonistas de «El fantasma de Canterville» son, además del que da título al cuento, la familia Otis, un matrimonio americano, con cuatro hijos, que se traslada a vivir a un caserón inglés que acaba de adquirir y que, según le han dicho, tiene un fantasma peligrosísimo desde 1584. Pero estos americanos son materialistas y no creen en apariciones.

El comienzo del relato es una parodia de la novela gótica más tradicional, pues no falta ni la tormenta inicial, ni el ama de llaves lúgubre y tétrica, ni los indicios terribles de que allí va a pasar algo sobrenatural. Pero Wilde pronto convierte la historia en una parodia del género: los americanos limpian las manchas de sangre que tradicionalmente salen en el salón con productos modernos y eficaces; recomiendan al espectro que engrase sus cadenas para que no chirríen tanto; le gastan bromas pesadas y le someten a persecuciones sin cuento, hasta que lo aterrorizan y frustran. «En trescientos años de brillante e ininterrumpida carrera, nunca le habían insultado tan groseramente». El propio espectro definirá a la familia americana como «espantosa, maleducada, vulgar y poco honrada».

No obstante, la historia no queda en simple parodia, pues el personaje de Virginia, la hija mediana del matrimonio, a quien el narrador caracteriza como pura y sensible, y a quien el espectro considera la fuerza del amor, capaz de vencer a la muerte, se convierte en la salvadora que anunciaban los versos del encantamiento. Su valentía libera al fantasma de la pesada carga de la maldición a que estaba sometido por haber asesinado a su mujer siglos antes, permitiéndole descansar en paz para siempre.


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