Anochecer

Imaginad cómo sería nuestro planeta si el cielo no estuviese surcado por un único sol, sino por seis (¡ahí es nada!). Esos seis soles no estarían concentrados en un único punto sino que, por una simple cuestión probabilística, estarían repartidos por y se moverían a través de todas las trayectorias posibles de la bóveda celeste, con lo que en todo momento cualquier punto de la superficie planetaria estaría iluminado por al menos uno de esos soles, siendo la consecuencia más notoria de todo ello la inexistencia de lo que llamamos “noche”, tal como la concebimos en el planeta Tierra. En un mundo así la oscuridad sería un fenómeno marginal, relegado a situaciones muy concretas, tales como las profundidades de una cueva, un sótano o una habitación en la que, deliberadamente, se hubiesen cerrado todas sus puertas y ventanas y se hubiesen apagado las luces. Aparte de esos casos aislados, la oscuridad sería, por lo común, una abstracción mental como lo es imaginar cuáles pueden ser los límites del Infinito.


También es posible que, al no existir una alternancia cíclica claridad-oscuridad y al no estar acostumbrados los seres vivos a esta última, un advenimiento de la misma podría provocarles serios trastornos de comportamiento, que podrían derivar incluso hacia la locura en los seres inteligentes. No es una hipótesis descabellada: de hecho, en nuestro planeta Tierra, sometido desde siempre a alternancias periódicas entre el día y la noche y aun estando el Homo sapiens acostumbrado a tales cambios cíclicos, todavía existe un trastorno llamado nictofobia, por causa del cual la persona que lo sufre muestra pavor a la oscuridad y se vuelve paranoica si, por la causa que sea, se ve inmersa en un entorno privado de luz.

Otra consecuencia de gran calado tendría lugar en un entorno más de orden academicista, tal como sería el escaso desarrollo de la ciencia astronómica, y es algo perfectamente lógico: a través de un cielo perpetuamente iluminado no sería posible ver más cuerpos celestes que los soles responsables de esa iluminación y ni siquiera un telescopio proporcionaría mayor información. Sería imposible ver las estrellas lejanas y aun en el supuesto de que existiesen otros planetas y/o satélites en las cercanías del planeta considerado, no serían visibles pues estarían siempre ocultos tras el velo luminoso de los soles, igual que ocurre en la Tierra cuando la Luna está en fase de Luna Nueva. Para los habitantes inteligentes de ese mundo tan peculiar el Universo todo se reduciría a su planeta y a los seis soles que giran en torno a él y sólo si se diera el hecho circunstancial de un eclipse de sol podrían esos habitantes percatarse de la existencia de otros astros.

Estas dos sugerentes hipótesis son las que han servido de idea inspiradora a Isaac Asimov y a Robert Silverberg para colaborar esta extraña y realmente original obra de ciencia-ficción en la que se nos da a conocer el planeta Kalgash y a sus habitantes, los kalgashianos. Ambos autores no dan la más mínima referencia sobre en qué punto del Universo podría encontrarse ese planeta, pero desde la primera línea se hace inevitable pensar que, sea cuál sea esa ubicación, es un mundo prácticamente gemelo de nuestra Tierra, pues está provisto de atmósfera respirable, océanos, ríos, montañas, desiertos, bosques, fenómenos meteorológicos cíclicos y edificaciones hechas por la mano del….. ¿del hombre? No. Evidentemente, los habitantes de Kalgash no son humanos o, por lo menos, no son humanos terrícolas, sino que son kalgashianos o, quizás, humanos kalgashianos, pero también aquí, desde la primera línea, se tiende a pensar que los kalgashianos son, con toda seguridad, gemelos de los seres humanos: pensamos en ellos no como alienígenas de piel verde y viscosa y antenas insectiformes, sino como si, al igual que nosotros, tuviesen un tronco, una cabeza y dos pares de extremidades, aparte de que sus sentimientos, su capacidad de razonamiento, sus relaciones personales y sexuales, sus formas de civilización, sus logros tecnológicos, su vestuario, su religión y su organización político-social son también muy “humanas”.

La única diferencia con la Tierra estriba en esos seis soles que están siempre presentes en todos los puntos de su cielo, sumergiendo a Kalgash en un día perpetuo en el que la ausencia de noche es suplida sólo por cambios en el color y en la intensidad de la luz en función de cuántos sean los soles que, en un momento determinado, brillan sobre un lugar…..

No obstante, esa aparente inmutabilidad celestial saltará hecha añicos cuando un planeta incógnito, satélite de Kalgash, alrededor del cual gira con una órbita sumamente dilatada en el tiempo (un giro cada varios miles de años), y del cual no se sabía nada por las razones que ya han sido comentadas anteriormente, interponga su trayectoria con la de uno de los soles, eclipsándolo por completo. “¡Bueno!”, -se puede pensar-, “¿qué tiene de particular que este recién llegado planeta eclipse uno de los soles de Kalgash si todavía quedan otros cinco?” Lo particular reside en que el eclipse se producirá durante una conjunción celestial particularmente desafortunada, en virtud de la cual el sol eclipsado es el único que en ese momento está proyectando su luz a ese hemisferio de Kalgash, el cual quedará todo él a oscuras, una oscuridad que se irá desplazando hacia el otro hemisferio a medida que el planeta rote sobre su eje, hasta dejar así expuesta toda su superficie bajo la égida del eclipse. Y como ya ha sido dicho en otro momento, los kalgashianos no están habituados a la oscuridad, de manera que la súbita aparición de este extraño fenómeno provocará en ellos una reacción tan catastrófica como para los seres humanos terrícolas puede ser el enfrentarse a una enfermedad para la que no estemos inmunizados. Sólo la inteligencia de los kalgashianos podrá evitar que el caos provocado por ese gran anochecer acabe con su civilización, pero para averiguar eso habrá que leer la novela hasta el final.

¿Simple ejercicio literario? ¿Ensayo novelado sobre la existencia y evolución de formas de vida inteligente en otros lugares diferentes a la Tierra? ¿Metáfora y, quizás, predicción, de catástrofes apocalípticas que podrían abatirse sobre el género humano? La respuesta a estas tres preguntas podría ser afirmativa en todos los casos, aunque eso es algo sobre lo que cada lector deberá posicionarse de manera personalizada. Como ejercicio literario, he de decir que ésta es la primera vez que leo una novela hecha por más de un autor, y el resultado ha sido, a mi entender, satisfactorio, pues la trama se desarrolla de tal manera que parece que sólo un pensamiento es el que ha inspirado la novela, aunque hay escenas en las que se advierte la mayor o menor influencia de uno de los dos escritores. Se nota el influjo de Asimov en el hecho mismo de concebir una novela de ciencia-ficción escenificada en un lugar ignoto del Universo, en lo bien detallados y diáfanos en el lenguaje que son narrados los pasajes en los que se explican particularismos de, por ejemplo, la Ley de Gravitación Universal, el movimiento de los planetas en sus órbitas y, en general, todo cuanto supone describir el grado de desarrollo científico-tecnológico alcanzado por la civilización kalgashiana. Por el contrario, la influencia asimoviana se debilita en el tratamiento de los personajes protagonistas, algunos de los cuales llegan a ser prescindibles y desaparecen en el transcurso de la novela, circunstancia ésta que jamás se ha dado en las obras de Asimov…..

Pero quizás esa falta de influencia de Asimov a favor de Silverberg se ha dejado notar más en el final que, en mi modesta opinión, carece de la impecabilidad de las obras más conocidas de aquél (la saga de las Fundaciones, la de los Robots), y ésa es la razón por la que en “Anochecer” se puede tener la sensación de que a la conclusión le falta algo de sabor, que queda un tanto suspendida en el aire; una falta que quizás precisaría la confección de una segunda parte cuando, en realidad, la novela parece diseñada para contar una historia y un desenlace en un solo volumen. Además, tal hipotética segunda parte sería del todo imposible pues ¿qué médium sería capaz de convocar a Asimov desde el Más Allá para que regresase a la Tierra a atar esos pequeños cabos sueltos literarios?

También podría decirse que mi argumento anterior está falto de motivación en tanto en cuanto las novelas asimovianas de la Fundación y los Robots constan de múltiples partes….. Sí, pero hay una diferencia muy sustancial: en todas esas novelas el lector sabía que existían otras continuaciones, lo cual no impedía el hecho de que cada una de esas novelas, por si solas, era un cuerpo argumental único, con su inicio, su desarrollo y su desenlace individualmente logrados, de tal manera que si bien la lectura de las otras novelas de esas sagas era recomendable por el hecho de ver cómo proseguían las mismas, no lo era, por el contrario, para saber cómo concluía una historia narrada anteriormente.

En cuanto a la segunda pregunta, la de si esta novela es un ensayo novelado acerca de la existencia de otras formas de vida y de civilizaciones inteligentes más allá de la Tierra, eso es algo de lo que sólo puedo decir que está en la mente de todos nosotros, a pesar de que no tengamos pruebas tangibles. Es más, si no fuera por la presencia prácticamente constante de ese interrogante a lo largo de la historia de la Humanidad no habría sido posible una gran parte de la creatividad literaria y cinematográfica a la que hemos asistido en el último siglo. El tándem Asimov-Silverberg está de acuerdo en la viabilidad de tal posibilidad, y nos la exponen a través de un pequeño ejercicio mental -aparentemente contradictorio- que plantea uno de los protagonistas acerca de la vida en otros planetas distintos de Kalgash: ante la expansión incontenible de la oscuridad que se cierne sobre ellos llega a cavilar que la Vida, tal como ellos la conocen, sería del todo imposible en un planeta que estuviese sometido a ciclos alternos de luz y de oscuridad, pues esos continuos cambios supondrían un estrés y una inestabilidad de condiciones ambientales incompatibles con la Vida….. Ante tales reflexiones se hace inevitable pensar en nuestro planeta y en cómo, con sus alternancias de día y de noche, ha sido en él posible el desarrollo de una enorme y diversificada gama de formas vivientes. Pues bien, si es cierto que en algún punto recóndito del Universo existe un planeta como Kalgash en el que sus moradores se hacen tales conjeturas acerca de un planeta que podría ser la Tierra, el cual, en contra de sus predicciones, rebosa de vida, también pudiera ocurrir que aquí, en nuestra Tierra, creyésemos que no es posible la vida y, más aún, la vida inteligente en otros lugares del Cosmos por la sencilla razón de que nuestros telescopios aún no han descubierto un planeta que reúna unas condiciones ambientales iguales o sumamente similares a las terrestres. Al igual que ese kalgashiano, podríamos estar equivocándonos de pleno.

Por último, si es también afirmativa la respuesta a la tercera pregunta, la de que esta novela podría ser una metáfora o predicción de catástrofes que pueden sobrevenir a nuestra especie humana, hay motivos para la preocupación, pues Asimov y Silverberg sitúan el momento del cataclismo kalgashiano en el año 2.054 de su cronología particular, un año que, a su vez, está demasiado cercano en el horizonte de nuestra cronología terrestre. Claro está que, en el caso de la especie humana, un hipotético fin de nuestra especie o, cuando menos, de nuestra manera de entender la civilización, sobrevendrá –probablemente- no por un agente externo, tal como un eclipse, un satélite oculto o un meteorito, a pesar de que el choque de uno de estos últimos siempre es una amenaza latente que no debe desdeñarse, sino que, quizás, mucho antes de que tales contingencias tengan lugar, habrá sido el propio ser humano el que haya hecho “méritos” de sobra para conducirse a si mismo hasta una situación de caos: contaminación, degradación ambiental, superpoblación, desigualdades sociales, pobreza, terrorismo, amenaza nuclear latente….. Situaciones, todas ellas, que harán que al ser humano no se le oscurezca la luz del sol, sino, en todo caso, la de su propio entendimiento.

Para acabar, diré que me resulta muy difícil hacer una evaluación precisa de esta novela. Puesto que carece de la emoción y espíritu de aventura de las obras más señeras de Asimov, la puntuaría con cuatro estrellas, haciendo así justicia, por lo menos, a lo bien escrita que está y a la forma lógica en que se desarrolla la trama. Por otra parte, como ya he dado a entender, el final me ha dejado un tanto insatisfecho, pero creo que sería injusto por mi parte votarla sólo con tres estrellas por ese detalle tan puntual. Si pudiera ser, la votaría con 3,75 estrellas, y como resulta que ese número decimal está más cerca del cuatro que del tres, ésa es la razón que explica mi votación final pues, sea cuál sea la forma en la que se ha gestionado la conclusión, mi inclino a pensar que esta novela tiene más puntos a favor que en contra y que cualquier lector puede pensar que leerla será una buena forma de aprovechar su tiempo libre.

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